Océano y Arena de Agatha Brown

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Océano y Arena

Las olas me hipnotizan, tienen gracia y fuerza. En cada ola parece que el océano se intenta aferrar a la arena, como si la necesitara pero nunca la pudiera tener en sus brazos.

Déjame contarte una historia.

Cuando todo apenas empezaba, había un chico y una chica. El se llamaba océano; tenía ojos tan azules que se confundirían con el cielo y cabello esponjoso blanco como nubes. Ella se llamaba arena; en sus cuerpo tenía tantas pecas como estrellas en el cielo y cabello dorado como el sol. 

Océano y Arena se enamoraron. Ambos eran muy queridos por la gente, pues eran hermosos y de buen corazón, por lo que cuando anunciaron sus intenciones de casarse hubo más fiestas que nunca vistas antes.

Los dioses, el sol y la luna al ver la fiesta que hacía el pueblo se encelaron diciendo: “¿quienes son estos a quien le lanzan tantas fiestas? ¿Acaso ellos los cuidan para que tengas luz día y noche? ¿O tan si quiera les proveen para cosechas” 

Entonces, ambos dioses tomaron forma humana para intentar recuperar a sus súbditos pero sus intento fueron en vano pues Océano y Arena les superaban en belleza y cariño. 

Por ello, los dioses se enfadaron, así que secuestraron a Arena durante siete días y seis noches haciendo que se pospusiera la boda.

Océano, desamparado por no ver a su amada busco a su prometida día y noche hasta que los dioses se la entregaron pero su liberación tuvo un costo más alto del que alguno de los dos pudiera imaginar.

“De acuerdo, le será entregada la bella mujer pero esto viene con un precio.” Dijo el dios Sol.

“Daré lo que sea por mi Arena, mi propia vida si es necesario” respondió Océano heroicamente. Los dioses a oír esto sonrieron malévolamente.

“¿Lo que sea dices?” Preguntó la diosa Luna

“Ya les he dicho, ¡lo que sea que deseen!” Suplico Océano. 

Al escuchar esto, los dioses trajeron a Arena que se veía delgada como cadaver con bolsas oscuras debajo de sus ojos que ya no tenían el brillo que solía amar Océano, pero al ver su amado pareció como su una vela se hubiera vuelto a prender. 

“¡Océano! Amado mío, ¿cómo es posible esto? Los dioses me habían dicho que te habías casado con otra y te habías ido a otro pueblo. Pensé que ya nunca te volvería a ver” lloró la mujer.

Ambos se abrazaron tiernamente, era como si al fin ambos volvieron a la vida.

“Hemos cumplido con nuestra parte” interrumpieron ambos dioses. “Ahora nos toca nuestro pago” 

Los dioses solo le pidieron como precio una lágrima y una gota de sangre, por lo que Océano accedió. Pero antes de que la pareja pudiera tener su felices para siempre, los dioses tiraron un maleficio con los ingredientes recién dados en el caballero. 

Era como si el hombre se estuviera derritiendo, cada vez era más y más agua hasta que no quedó más de lo que alguna vez fue un hombre.

Arena, horrorizada por esto se volteó con los dioses para decirles “¿De verdad ustedes son los dioses que alabamos alguna vez? Son descorazonados, crueles. No pueden dejar que haya felicidad si es que ustedes no la crean. Solo les pediré una cosa, y si alguna vez les fui buena súbdita sé que me lo concederán. Quiero estar al lado de mi Océano, lo más cerca posible. Pues bien, ya no pudimos casarnos y envejecer juntos con niños al rededor, pero bien podremos estar juntos de alguna forma. Es mi último deseo como persona” dijo Arena con el poco coraje que le quedó mientras se descordaban lágrimas de su rostro. 

Los dioses, arrepintiéndose de lo que habían hecho, le concedieron el deseo a la pobre chica convirtiéndola en pequeños granos que estuvieran presentes en todo borde del mar, para que nunca se tuvieran que separar.

Tal vez no fue el usual felices para siempre, pero al menos fue un y “para siempre estuvieron juntos”

El fin.

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